“No llores por mí, Argentina” es, sin duda, lo primero que se nos viene a la cabeza a mucha gente cuando escuchamos el nombre de Eva Perón. Dicha frase, como es sabido, es el título del tema que canta el personaje de Evita en el musical homónimo de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber. Más concretamente, al principio del segundo acto, cuando, tras ganar su marido las elecciones de 1946, ella agradece a los descamisados argentinos que hayan confiado en ella para convertirse en la primera dama del país. Eva Perón es un personaje conocido, sí, aunque quizás sería mejor decir que es célebre, ya que su figura no es realmente conocida fuera de Argentina. Por ejemplo, no es tan sabido que ella nunca dijo esas palabras, ni que tres días después de ese supuesto discurso que aparece en el musical sí pronunció uno en el que reclamaba el sufragio femenino en Argentina, que fue aprobado al año siguiente gracias a ella misma.
En mi caso, además, me sucede algo parecido con el peronismo, y sospecho que no soy el único. No es que yo conozca a fondo la historia de Argentina durante el siglo XX, pero no me es ajena del todo: aparte de haber crecido en una familia militante de izquierdas y que mis padres me llamaran así por un célebre argentino, el país austral ha formado parte de mi vida gracias a amistades muy cercanas, familia y, por qué no decirlo, una buena parte de la literatura que amo. Pero, como digo, cuando oigo hablar de peronismo no me queda claro del todo lo que es. Quizás sea por lo que alguien me dijo cuando estuve en Buenos Aires visitando a mi prima, que vivió allí mucho tiempo. “Aquí el peronismo está en todos lados aunque no tenemos claro lo que es, seguramente porque desde la muerte de Perón casi todos los políticos, en mayor o menor medida, se han querido denominar herederos del peronismo; con lo que, si alguna vez el peronismo fue algo, ha quedado tan desvirtuado que es muy complicado definirlo”.
Por todo esto, cuando buscaba un libro para Argentina, recordé Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, que mi prima me había recomendado con mucho entusiasmo. Pensé que quizás la novela me ayudaría a poner en claro mis dudas sobre Eva Perón, aquel icono argentino tan desconocido para mí. Pero lo que me encontré fue un libro fascinante e hipnótico que ahondo aún más en el misterio sobre la figura de Evita. Y es que Santa Evita es, ante todo, una oda al enigma que es su figura. Como dice el propio autor en un momento de la novela:
Cada quien construye el mito del cuerpo como quiere, lee el cuerpo de Evita con las declinaciones de su mirada. Ella puede ser todo. En la Argentina es todavía la Cenicienta de las telenovelas, la nostalgia de haber sido lo que nunca fuimos, la mujer del látigo, la madre celestial. Afuera es el poder, la muerta joven, la hiena compasiva que desde los balcones del mas allá declama: “No llores por mí, Argentina”.
La ópera, el musical (como se llama eso?) de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber ha simplificado y resumido el mito. La Evita a la que en 1947 la revista Time declaraba indescifrable, ahora se ha convertido en un articulo cantábile de Selecciones del Readers Digest. En el suburbio donde escribo este relato, que alusivamente se llama Condado del Sexo medio (o del Sexo a Medias? O del sexo mediocre?), Evita es una figura tan familiar como la estatua de la Libertad, a la cual, para colmo, se le parece.
¿Pero de qué trata entonces Santa Evita? ¿Es una biografía, es una hagiografía, es un trabajo periodístico, es ficción, es un homenaje, es una crítica? Pues todo esto y mucho más, la verdad. A lo largo de cuatrocientas páginas, Tomás Eloy Martínez construye un laberinto biográfico a modo de museo con el que consigue plasmar esa fijación hacia la ex Primera Dama argentina en todas sus variantes: amor, odio, fascinación, idolatría, repulsión, profanación, conspiración… Con el añadido de que nos encontramos con una novela que recopila muchísimos datos biográficos tanto de Evita como de otros personajes históricos sin que lleguemos a saber nunca cuál es verídico y cuál no. Si resulta difícil hablar de Evita sin tener información sobre ella, Tomás Eloy Martínez nos trae toneladas de información para que veamos que es incluso más complicado hablar de ella porque su figura trasciende lo humano para pasar a ser una especie de mito/rumor/deidad/cotilleo/eminencia y, como tal, resulta imposible saber a ciencia cierta qué sucedió en realidad y qué es sólo parte de los mitos propagados tanto por quienes la idolatraron como por quienes intentaron esconder su cuerpo embalsamado durante décadas.
¡Un momento! ¿He dicho “esconder un cuerpo embalsamado”? Pues sí, porque una buena parte de la leyenda de Evita comienza tras su muerte cuando, por motivos que es mejor descubrir leyendo la novela, un médico español llega a Buenos Aires para embalsamar el cuerpo de Evita y, atención, crear varias copias en cera. Supuestamente, claro, porque dichas copias también son parte de la leyenda y hay quien afirma que existieron y quien afirma que solo es una hipérbole para explicar la dificultad de saber el paradero del cuerpo de la ex primera dama. El caso es que el cuerpo se convierte en un símbolo político y, como tal, los adversarios de Perón que ahora se encuentran en el poder deciden ocultarlo para que su adoración por parte del pueblo no llegue a convertirse en una rebelión. ¿Qué sucede entonces? ¿No habría sido más sencillo arrojar el cadáver al mar para deshacerse de él? Sí, pero ese nuevo gobierno tiene unos profundos sentimientos cristianos que le impiden no dar sepultura a una persona. Con lo que la opción es acarrear el cuerpo embalsamado de un lado a otro hasta que llegue el momento adecuado para enterrarlo sin que exista el riesgo de sublevación del pueblo. Y el elegido para esa misión es el Coronel, el otro gran protagonista de Santa Evita.
Llegados a este punto, me parece importante resaltar la astucia de Martínez al otorgar al Coronel tal protagonismo: por un lado, porque su historia es tan literaria que sólo con su trama ya habría sido suficiente para crear una buena novela. Pero sobre todo, porque tal Coronel (que, por si queda duda de ello, es un personaje histórico real) es la mejor representación de ese remolino de pasiones contradictorias hacia Evita: el celo militar por proteger el cuerpo para cumplir las órdenes de sus superiores le llevará a un estado entre la obsesión y el asco, entre la idolatría y la profanación. Y, por supuesto, a la locura. Otras tramas secundarias sobre el cadáver son igual de interesantes aunque no tan adictivas: la supuesta maldición que acecha a quienes impiden dar sepultura a la “santa», el escuadrón misterioso que intenta recuperar el cuerpo, la niña que cree que el cadáver es una muñeca… Todos ellos complementan este thriller histórico-hagiográfico tan esperpéntico y fascinante.
Hay algún momento a lo largo de la novela, sin embargo, en que tal aluvión de datos biográficos verdaderos y/o ficticios llega a abrumar. Entiendo que ese es precisamente uno de los objetivos de Martínez, el compartir esa sensación de indefensión ante la certidumbre de no saber qué hacer con datos tan variopintos que no llegan a concretarse del todo. Imaginemos un puzzle cuya imagen fuera solo color blanco sin gradación tonal alguna. Un puzzle del que tienes 8000 piezas de formas diferentes pero con el mismo contenido, pero del que ni siquiera sabes cuántas ni cuáles necesitas para completarlo. Esa es la sensación que tuve en algún momento, pero no estoy seguro de si es un agobio de lector buscado por el autor o una suerte de daño colateral inevitable al abordar la figura de Eva Perón.
Sea como sea, Santa Evita es una novela más que recomendable. Una estructura más que eficaz, una prosa calculadísima y brillante y, por supuesto una trama tan loca y oscura que parece pergeñada por algún autor de novela negra negrísima. Saber que mucho de lo que cuenta es real hace que todo sea más escalofriante, porque no hace más que confirmar que los monstruos viven entre nosotros y que lo único que vale son los hechos y una novela es, después de todo, un hecho.
Santa Evita – Tomás Eloy Martínez (Biblioteca del Sur, Planeta, 1995)
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Bonus track:
Todos los mitos tienen en mayor o menor medida una tradición musical que les acompaña y fortalece. Por supuesto, la devoción popular a Eva Perón tras su muerte que convirtió a la ex primera dama en una santa no oficial -devoción popular que cobra mucho protagonismo en Santa Evita- no fue menos, como muestran algunas coplas y canciones sobre ella que pueden encontrarse fácilmente en Internet. De todas ellas, para hoy selecciono Esa mujer, del cantante tucumano Mario Cabrera, que me parece un buen ejemplo de adoración popular con un tono melodramático que casa bastante bien con esta crónica de un cadáver secuestrado.